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JUAN YÁÑEZ les da la más cordial bienvenida. Es éste otro testimonio de una pasión urbana...esencialmente lo porteño, lo argentino, lo latinoamericano y también el universo todo...

sábado, 28 de diciembre de 2013

Rebelión en la granja

  
POR MARCELO BIRMAJER
27/12/13

                                           La novela Rebelión en la Granja es, junto con 1984 –ambas del escritor inglés George Orwell–, el relato más impiadoso, ácido y certero, desde la ficción, sobre el fracaso de la revolución soviética de 1917, y sobre los procesos revolucionarios de inspiración marxista del siglo XX en general. El poder ejemplificador del relato supera su época, las condiciones históricas del momento en que fue escrito, y acaba describiendo críticamente comportamientos humanos de todo tiempo y lugar, previos y posteriores, independientemente de jerarquías o regímenes.
Orwell presentó Rebelión en la Granja por primera vez en 1944, pero fue rechazada por lo menos por cuatro editores: con la Segunda Guerra Mundial en curso, una sátira contra el stalinismo, por entonces admirado aliado de Inglaterra, resultaba incómoda. Incluso en 1945, cuando finalmente se publicó, el sentido común académico e intelectual de esa época británica recibió la novela con más suspicacia y disgusto que generosidad. Recordemos que era la Gran Bretaña que nutrió a espías prosoviéticos como Philby, o sus pares de Oxford. Buena parte de los sinsabores que Orwell debió atravesar antes y después de la publicación de Animal Farm (tal el título original en inglés), los revela en un prólogo inédito, que sólo se conoció póstumamente en 1971.
Desde tan lejos, este hombre que vivió sólo 47 años, nos permite recorrer la actual realidad argentina. En su fábula, los cerdos toman el poder en la granja y expulsan al señor Jones, que los explotaba sin miramientos. Los cerdos aseguran que a partir de ese instante trabajarán todos por igual y repartirán equitativamente las ganancias. Pero muy pronto surgen las diferencias entre el cerdo dominante, Napoleón; y el cerdo encargado del planeamiento, Snowall. Napoleón consigue que los perros persigan a Snowall hasta más allá de los límites de la granja, de donde no regresará nunca.
Sin embargo, su figura resultará más protagónica en su ausencia, pues Napoleón le atribuirá las culpas de cualquier deficiencia del régimen animal: si el molino se quema, fue Snowall.
Si hay sequía, es culpa de Snowall. Si la leche se corta, fue Snowall. Si es evidente la desigualdad entre los cerdos y el resto de los animales, es un efecto provocado por Snowall. Las similitudes sobran con el modo en que el kirchnerismo gobernante ha elegido sus Snowall para achacarles cada trastada fruto de su propia ineficiencia, mala fe o mala suerte.
Los Snowall de Néstor y Cristina alguna vez se llaman Menem, en cuyas filas reportaron alegremente buena parte de nuestros actuales antimenemistas en el poder; De la Rúa, en cuyas filas también reportaron tantos hiperkirchneristas contemporáneos, como Gustavo López o Carlos Raimundi; y el sempiterno Sno-wall todo terreno, el dictador Jorge Rafael Videla, que tanto permite fingir heroísmo retroactivo a kirchneristas que hicieron silencio entre el 76 y el 82, y trataron de amnistiarlo en el 83 con Luder; como inventar complicidades a medida para disidentes actuales del kirchnerismo.
Si hay apagones, si hay inflación, si hay inseguridad, si hay persecución a la prensa; Snowall Menem, Snowall De la Rúa, Snowall Videla vienen simbólicamente al rescate: dejaron una herencia envenenada e ineludible; actúan a control remoto desde el pasado; lo hicieron mucho peor: ¿cómo te vas a atrever a quejarte porque te mandan la AFIP por pensar distinto si Videla te mandaba matar?
Las alegorías implacables de Orwell que funcionan en nuestro país no se acaban en Snowall. Los cerdos comienzan por repartir manzanas para todos los animales; pero luego se permiten mezclarlas, exclusivamente para ellos, con leche. Luego restringen cada vez más bienes para el resto de los animales, con el argumento de que es imprescindible limitar el consumo para que alcance para todos. Pero los cerdos no dejan de mezclar sus manzanas con leche, ni de incrementar sus beneficios.
Muchos argentinos se han preguntado en los últimos años si efectivamente sus dificultades para adquirir dólares legalmente para viajar, ya sea por trabajo o por placer, han redituado en una mayor capacidad de acumular divisas en el Banco Central. Lo contrario ha resultado penosamente cierto: no sólo los dólares se han evaporado con una velocidad alarmante, sino que una clase privilegiada, compuesta exclusivamente por la dirigencia kirchnerista, tiene acceso directo e ilimitado al dólar, sin atravesar ninguno de los incordios que padece el resto de los argentinos. El verdugo de los viajeros, Guillermo Moreno, ha partido recientemente, como si se tratara de una burla, a vivir su exilio dorado en Italia. El azote de la inflación no afecta a la camarilla kirchnerista: en el comedor de la Casa Rosada los precios no sólo no aumentan, cuesta 3 pesos el menú completo. Ignoro si incluye manzanas mezcladas con leche.
En Rebelión en la Granja, la casta de los cerdos acaba explotando a sus colegas animales peor que lo hacía el dueño humano, precisamente porque los protege un discurso del que señor Jones carecía: nosotros lo hacemos por vuestro bien. La inflación, el hambre, la inseguridad, el autoritarismo, es parte de un plan benigno, que en parte se justifica por el duro trance que debemos atravesar para llegar a la felicidad absoluta. Pero mucho más por culpa de Snowall Videla, y por los Snowall Menem y De la Rúa, con los cuales, olvídenlo, estuvimos ligeramente complicados.
En Rebelión en la Granja, los animales comienzan su rebelión triunfante con siete mandamientos: todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo; todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es amigo; ningún animal usará ropa; ningún animal dormirá en una cama; ningún animal beberá alcohol; ningún animal matará a otro animal; todos los animales son iguales Pero con el correr de los días, los cerdos cambian los mandamientos sin aviso, imperceptiblemente: Ningún animal dormirá en una cama con sábanas ; ningún animal beberá alcohol en exceso ; ningún animal matará a otro animal sin motivo . Hasta eliminar finalmente los siete mandamientos.


La adulteración del pasado es una malsana forma de corrupción. Las novelas clásicas, como lo es Rebelión en la Granja, cumplen un papel redentor: el de conservar el pasado, relacionado con el sentido más profundo de nuestras miserias y méritos. En ese contacto intenso, que la literatura permite y auspicia, podemos también atravesar las cortinas de humo de la propaganda y los hipócritas discursos filantrópicos, para conectar con nuestro pasado directo, que sigue vigente en los libros, los diarios, los programas de televisión, con nombres y fechas, con historias y frases célebres, a nuestra disposición, esperando sólo nuestra actitud orwelliana de no dejarnos someter por el falso sentido común de una época.

EL BLOG OPINA

                              Una novela, un documento, un manifiesto de una precisa actualidad y vigencia, que perdurará mientras existan las corruptelas sociales y políticas que desde las más remotas épocas se sustentaron en el engaño, la manipulación, la ignorancia de los pueblos.  El enfoque que da el autor de la presente nota aborda la corrupción política argentina, que ha ido de mal en peor y aún no acaba, ni se vislumbra la menor esperanza. El texto puede emplearse como modelo para indicar similitudes con otros países de homólogos regímenes, que pululan en la región; bastaría solo con cambiar los nombres de los protagonistas, todos cojean del mismo lado...

sábado, 2 de noviembre de 2013

El duro editorial del Washington Post en contra del Gobierno de la Kirchner


El Washington Post se hizo eco de la declaración de la constitucionalidad de la ley. Mencionó las "fuertes presiones" que las autoridades ejercieron sobre la Corte Suprema. Y cuestionó la presencia del país en el G20.

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02/11/13 - 16:21
La declaración de la constitucionalidad de la Ley de Medios se hizo eco en uno de los diarios más importantes de los Estados Unidos. El Washington Post publicó hoy un duro editorialen contra del Gobierno en el que menciona, entre otros aspectos, las "fuertes presiones"que recibió la Corte Suprema para aprobar la ley.
El diario señaló que un país que "sofoca" la libertad de expresión "no" puede ser miembro del G20. "Los Estados Unidos, Brasil y México deberían preguntarse si un país del hemisferio que sofoca la libertad de expresión merece tener su voz amplificada a través de invitaciones a reuniones en la cumbre de élite. La respuesta obvia es no", publicó el diario.
En otros pasajes del editorial, el matutino menciona que "Cristina Kirchner y sus camaradas todavía representan una amenaza para las instituciones democráticas del país" y agregó que "eso quedó claro el martes, cuando la Corte Suprema, bajo fuerte presión de la oficina de la Presidenta, confirmó una ley que apunta a destruir a una de las empresas de medios de comunicación más importantes de América del Sur, el Grupo Clarín".
El Washington Post también hace referencia a los resultados de las elecciones legislativas, que "dieron una derrota decisiva para la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La votación prácticamente asegura que Kirchner, quien se encuentra en precarias condiciones de salud después de una cirugía cerebral , no será capaz de cambiar la Constitución y postularse para un tercer mandato en 2015 , y le dio un impulso a un par de rivales moderados que se oponen a su autoritario populismo".

Por último, analiza que si la ley "está destinada a inyectar una mayor diversidad en la cobertura de noticias y el debate público" eso "no explica las diferencias de tratamiento con otros grupos privados", o la "captura" de Papel Prensa, o "la despiadada campaña del Gobierno para matar de hambre a Clarín y a otros dos periódicos (La Nación y Perfil) por la publicidad".

domingo, 13 de octubre de 2013

“El mestizaje que nos enriqueció”


POR OSVALDO PEPE
CARTAS AL PAIS CLARIN 13/10/13

                      ¿Nuestra historia americana empezó a partir de Cristóbal Colón? El fue un hábil navegante,pero no lo fue como gobernante y por eso lo destituyó la corona española como virrey y gobernador de las Indias. Empleó métodos crueles y despiadados contra nativos y colonos, según devela documentos descubiertos en el Archivo General de Simancas (Valladolid).
Siguieron después cien años de conquista, donde se ganó un inmenso territorio, en desmedro de la población nativa que sufrió el sometimiento del más poderoso.
Por ello es significativo señalar que antes del 12 de octubre de 1492, existía una rica historia de distintos pueblos originarios e importantes civilizaciones precolombinas, como los mayas, aztecas e incas, que la conquista europea se encargó de truncar, haciendo agonizar la permanencia de su nutrida cultura.
A pesar de que el régimen colonial desalentaba el mestizaje, desvalorizando a la persona que era “cruza de razas”, éste se generalizó, conformando el grueso de la población americana. El “blanco” era una minoría étnica que ostentaba el poder, imponiendo su “civilización”, en menosprecio de aquellos “primitivos o salvajes”, calificación habitual en el marco de una concepción de superioridad europeizante que no reconocía ni respetaba al otro diferente. El antropólogo del siglo XIX, Francis Galton, primo de Charles Darwin, afirmaba en el siglo XIX, que “la herencia genética de las razas y los problemas del mestizaje entre razas inferiores son irreversibles y son la principal causa del atraso de Hispanoamérica”.
Sin embargo, producto del enriquecimiento del mestizaje, han surgidoun gran número de personalidades destacadas en los hechos políticos, sociales y culturales de América. Y en nuestro país, tres grandes protagonistas de la historia argentina llevaron sangre indígena:José de San Martín (según varios historiadores, no habría dudas de que su madre sería la guaraní, Rosa Guarú), Hipólito Yrigoyen (su abuela, madre de Leandro Alem, era Tomasa Ponce , “la China Tomasa”) y Juan Domingo Perón, hijo de la tehuelche Juana Sosa.
Haciendo justicia en las raíces de las poblaciones humanas de América, se estableció en estos últimos años, en la mayoría de los países de este continente, cambiar la festividad del otrora Día de la Raza por el Día de la Diversidad Cultural, transformándose en una jornada de reflexión histórica y de diálogo intercultural.
De esta manera se reivindican los derechos de los pueblos aborígenes y desestimamos reflexiones polémicas de algunos personajes de nuestro tiempo, como el cesanteado ex cónsul español de Boston, que también lo fue en nuestra provincia de Córdoba, Pablo Sánchez Terán, que en la conmemoración del 12 de octubre de 2004, afirmó: “Mucho peor estarían o estaríamos bajo las civilizaciones incaicas, aztecas, mapuches, sioux, apaches, que han sido idealizadas por historiadores y antropólogos, cuando es bien conocida su división de castas y su carácter imperialista y sanguinario”.
La brecha entre los pueblos originarios y los que no lo son, produce el aislamiento de grupos poblacionales autóctonos, fomentada por la indiferencia de los gobernantes, por un profundo desconocimiento y por una discriminación irracional, menospreciándolos por su color de piel, lengua y costumbres, entorpeciendo e impidiendo su inclusión social.
Podemos concluir que cuando procedamos a especular sobre las distintas “razas” de nuestra especie, no debemos confundirnos; debemos enfocarnos en la existencia de una sola: la raza humana.
José Luis Castellano castellan0jl@hotmail.com

EL COMENTARIO

La construcción de otra historia

                          Más allá de la nominación que se le dé al 12 de octubre, hay un dato histórico irrefutable: es el aniversario (en este caso el número 521) de la llegada de Colón, y con él del desembarco de la corona española, a las tierras americanas. Los historiadores han dejado registro de los costos humanos de la llamada conquista y civilización. Por sobre la polémica asoma la verdad cultural e identitaria del mestizaje, que hizo posible empezar a construir otra historia.

UNA CARTA...

                         Quisiera que la Presidenta lea esto, en nombre de mi padre, de 86 años. Una sola vez en cuatro décadas faltó a su trabajo en la imprenta de la Prensa Médica. Trabajó hasta sus 65 años por el 82 % móvil y no por $ 2.134 que hoy cobra tras 45 años de aportes como el Estado le exigió.
Juan José Quinteros juanjosequinteros@hotmail.com


UNA HISTORIA...

                          “Escribo en nombre de mi padre, quien hace tres meses cumplió 86 años (nació el 9 de julio de 1927, en Villa Tulumba, un pueblito del norte cordobés), que cursó hasta 5º grado porque no había 6º, y a los 10 años comenzó a trabajar con mi abuelo en la cosecha de maíz. A los 21, y ya en la bendita Capital, con la renuncia firmada, entró a la imprenta de La Prensa Médica Argentina, como doblador de pliegos durante 45 años en una máquina Bremer” , cuenta Juan José sobre ese gran esfuerzo paterno.
Su despertador sonaba a las 4.30 cada día, pero don Julio se despertaba antes. Luego, desde Ciudadela, llegaba al taller 10 minutos antes de las 6, cuando fichaba.
“Trabajaba 10 horas (incluidas 3 de extras), para regresar pasadas las 19.30 a su rancho (que también, y con la ayuda de cuñados, primos y amigos, construyó él mismo). Sólo faltó una vez en 4 décadas y media, cuando fue al Tulumba natal a enterrar a su padre, mi abuelo Calixto”.
Juan cuestiona los subsidios y el uso del dinero de los jubilados.
“Presidenta, a su disposición, sus recibos de sueldo de toda la vida y, después, nos dirá, mirándonos a los ojos, si don Julio Argentino Quinteros es uno más en la industria del juicio por reclamar lo que por derecho le corresponde. Piense en la palabra empatía y en el pensamiento en voz alta de un amigo de la cultura argentina: es tan bueno hacer algo por alguien y tan pelotudo no hacer nada por nadie”.
Patricio Downes pdownes@clarin.com

IDA Y VUELTA
Más sobre Colón y la cultura inmigrante

                             El 12 de octubre de 1492, Colón creyó, por cierto erróneamente, haber desembarcado en India. Aprendimos entonces que el encuentro entre los dos mundos permitió un legado cultural y expresiones artísticas. Pero ... si la historia la escriben los que ganan, ¿es la verdadera? Los “conquistadores” hallaron gente pacífica, amable, inocente. A cambio, fueron esclavizados, torturados, su trabajo explotado, su riqueza robada y embarcada hacia Europa.
Nuestro Papa Francisco, dijo en Brasil a los jóvenes: “Hagan lío”. Su mensaje fue no resignarnos. Bartolomé de las Casas, levantó la voz frente a la barbarie, en “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (1552). Los pueblos originarios, fueron explotados hasta la muerte, reducidos a un 10%.
La destrucción continúa hoy, con los wichis, tobas-qoms, mapuches, guaraníes, huarpes, kollas, quilmes, entre otras tribus. Se enviaron a España, 185 mil kilos de oro y 17 millones de plata. Aún mantenemos rasgos de los dueños de la tierra: el dios incaico está en nuestra bandera. Es un sol figurado con 32 rayos: 16 flamígeros, y 16 rectos. Los 32 rayos del Inti representan las columnas del templo de Coricancha (lugar sagrado de los Incas). San Martín llevó en la bandera el diseño del Inti o Sol inca al cruzar los Andes para que los indios y pobladores, desde Chile hasta Perú, se identificaran con la Unidad Latinoamericana.
Pero pesa sobre este pueblo “la maldición de la Malinche” Ella era una maya, entregada como esclava a Cortés. Le traducía el azteca y le revelaba el sitio de su enemigo. La colaboración de Malinche, dio lugar a la maldición para su pueblo pues no sólo vendió su cuerpo, sino a su gente. Dicen … que esta traición es la que le impide surgir a Latinoamérica.
¿Cómo nos sentiríamos si se celebrara el Holocausto, o el 24 de marzo de 1976? Los pueblos originarios gozaron su último día de libertad el 11 de octubre de 1492. Podemos aún elegir “santificar” la masacre (alejándonos de la enseñanza de Cristo) o comenzar a honrar la vida.
Profesora Adriana C. Lenardón adrilenardon@ciudad.com.ar
Escribo para decir que me enorgullezco de ser una nieta de aquellos inmigrantes “muertos de hambre” que llegaron al país hace muchas décadas. Posiblemente hayan estado hambrientos, pero fueron honrados, decentes y trabajadores como no los hay en la actualidad. Aquellos fueron muy diferentes de los inmigrantes que hoy nos invaden, los que llegan atraídos por los planes, becas, subsidios, la salud y la educación gratis, entre otros beneficios. No los atrajo el hecho de que les paguen por tener hijos. La única meta que tuvieron fue la de ubicarse, buscar trabajo, el que fuese, sin pretensiones, sin exigencias.
Tampoco jamás se les cruzó por la mente ocupar viviendas y tierras ajenas. Educaron a sus hijos y el sueño de muchos fue ver a sus hijos “dotores”, ¡qué gran orgullo, por Dios! Tampoco les preocupó el precio del dólar para mandar a sus países de origen y menos el cepo cambiario y tampoco cuando el país dejaba de ser conveniente por el alza del dólar.
Cantaron con fervor nuestro Himno patrio y lucieron orgullosos la escarapela. Muchísimos no volvieron jamás a sus países de origen y consideraron al nuestro como el propio, con sus defectos y sus virtudes. Siento orgullo por ser lo que soy, una nieta de italianos y españoles “muertos de hambre” llegados a esta tierra.
Lidia Miravet limir@fibertel.com.ar
Realmente me indigna la ignorancia y/o la mala fe de la gran mayoría de las opiniones vertidas sobre los comentarios de la Presidente sobre el tema de la inmigración, incluso el de ella. Me refiero a la frase sobre que llegaron a estas tierras “muertos de hambre” Es cierto que en la mayoría de sus países de origen, de los cuales surgieron las grandes oleadas inmigratorias que vinieron a la Argentina, la situación era comprometida. Pero lejos de morirse de hambre, la mayoría se quedaron y no se registraron las hambrunas que harían suponer los comentarios despectivos.
Pero lo más importante, y que hasta ahora no lo escuché decir ni leí, es que la Argentina tenía imperiosa necesidad de poblar el país. No hay otra manera y ésa es la razón de las principales inmigraciones promovidas por los Gobiernos nacionales, tanto las de fines del siglo XIX como la mediados del siglo XX. La Argentina es la que brindaba incentivos para traer a los inmigrantes.
Séneca decía que “la verdad parcializada es la peor de las mentiras.”


Ángel S. Petrillo angelpetrillo@hotmail.com

sábado, 27 de julio de 2013

Expedición a la Laguna El Cuero. 17 de abril de 2011

 Laguna El Cuero (Trülke Lavken) (seca en 2011)

Por Norberto Mollo

El 17 de abril de 2010, durante el Encuentro de Historiadores del Sur de Córdoba que se realizó en Río de los Sauces, expusimos un trabajo relativo a los topónimos aborígenes en el Departamento General Roca. Y tocamos obviamente la ubicación de la Laguna El Cuero, que habíamos deducido de la importante cartografía antigua con que contamos y el traslado de esa información a la cartografía I.G.N. Actual. En esa oportunidad, se hallaba presente entre los concurrentes, la secretaria de cultura de la Municipalidad de Villa Huidobro, Sra. Silvia Suárez, quien nos dijo: ¿Cómo teníamos seguridad de la ubicación de esa laguna, si en el propio Cañada Verde (Villa Huidobro), que está a pocos kilómetros de la misma, no se tenía certeza de su situación?. Le contesté que la identificación del lugar era el resultado de una búsqueda sistemática utilizando desde mapas antiguos, planos de mensura y fotografía satelital. Luego charlamos en un intervalo, y como se mostró un tanto escéptica, convenimos en realizar una expedición al lugar, con motivo del próximo encuentro de historiadores (2011) que se realizaría en su localidad.
Durante el año transcurrido seguimos manteniendo contacto vía mail, y el 16 de abril arribamos a Villa Huidobro (o Cañada Verde como prefieren los lugareños), donde participamos del concurrido y rico encuentro. Al finalizar el mismo tuve la oportunidad de explicar una presentación de diapositivas con la ubicación de la Laguna El Cuero, y asimismo presenciar un video realizado por el canal de TV local acerca de la  “Cueva del Indio Blanco”, que nos dio una idea aproximada de su localización.
El 17 de abril de 2011 amaneció un día hermoso, propicio para la excursión que íbamos a llevar adelante. Nos fuimos juntando enfrente la Municipalidad, que está al sur de la Plaza. Allí el intendente local Jorge Raúl Iriart había dispuesto una traffic, donde íbamos muchos de los que participamos en el congreso del día anterior. El Vasco Iriart, como le llaman sus coterráneos, se portó muy bien con nosotros y estuvo acompañándonos junto a su esposa Mónica Comelli y su hija Mariel Iriart durante todo el día. Una mención especial también merece Silvia Suárez, la secretaria de Cultura, que hizo lo imposible para que nos sintiéramos como en casa. También integró la expedición junto a su marido Juan Manuel Eula y el colaborador Mario Rodríguez. Conducía la traffic Alesio Comelli. Además de la traffic iban otras dos camionetas, con gente que se fue sumando.
Convenimos en hacer todo un periplo histórico-ecológico que incluyera el sitio de la Laguna El Cuero, que con tanto ahinco estábamos buscando. Comandábamos esta expedición los mismos tres que dos años atrás habíamos estado en Marivil: Daniel Vera (Villa Mercedes), Ennio Vignolo (Rufino) y Norberto Mollo (Rufino). Daniel estaba acompañado por su hija Evangelina Vera y Ennio por su esposa Alejandra Gallardo. También formaban parte de esta aventura: el ingeniero Alberto Bischoff de Isla Verde, Aldo Hugo Cantón de Los Cisnes, Ana María Mahmed de Huinca Renancó, Marité Ferreyra de Serrano, el profesor Marcos Bressan de Sampacho,
Salimos de Villa Huidobro hacia el sur, y a poco de andar doblamos al oeste. Enseguida llegamos a la Estancia Cañada Verde, el primer sitio poblado de la región, cuyo nombre alude a una depresión del terreno que le dio el nombre al lugar, y que se halla perpetuado en la denominación de la estación ferroviaria local. Actualmente la Estancia Cañada Verde pertenece al Sr. Mario Ghiglione, y primitivamente fue el casco de la estancia de Jesús Porto. Sobre la puerta de ingreso está estampada la leyenda: “1891-1913 Estancia Cañada Verde”, que denota la antigüedad de la misma. En su interior pudimos observar un hermoso jardín de invierno, con una bomba centenaria y una hermosa estufa de época.
Dejamos atrás la estancia, y seguimos hacia el oeste. Al poco trecho llegamos a lo que fuera la estafeta postal, construida en adobe. También pertenecía este campo a Jesús Porto, hoy es de la familia de Raúl Eula.
Continuamos el camino hacia el oeste, hasta que éste concluye, hacemos un codo a la derecha y seguimos otra vez hacia el oeste hasta que también concluye, nuevo codo a la derecha y estamos en la tranquera de ingreso de la Estancia Ralicó.
Siempre hacia el oeste dentro de la estancia arribamos a la laguna Ralicó, cuyo nivel de agua se hallaba muy bajo y el salitral afloraba por todos lados. Poco después entrábamos en el casco de la Estancia Ralicó, también un antiguo y extenso establecimiento de la zona. En antiguas épocas llegó a tener mucho personal. Por aquel entonces acuñaba su propia moneda. Me hizo acordar tanto al caso de “La Forestal” en el norte de Santa Fe. Nos recibió muy amablemente el encargado, el médico veterinario Daniel Freyre y su esposa Mabel Grosso. Charlamos amigablemente y nos contó que conocía el lugar donde íbamos, que le llamaban El Cuero Chico, y que mas atrás o hacia el sur, había otra laguna mayor: El Cuero Grande. A su vez nos indicó que utilizáramos las picadas dentro de la estancia para movernos mejor, ya que los caminos rurales estaban muy abandonados y muchos de ellos llenos de árboles, que hacían impracticable su recorrido.
Dejamos a esta buena gente y seguimos siempre al oeste, hasta donde está la tranquera de ingreso a Ralicó, pero no la atravesamos, sino que doblamos hacia el sur por una picada que corre paralela al alambrado, hasta que ésta concluye. Allí dejamos los vehículos, cruzamos el alambrado y a pie nos dirigimos hasta el Caldén centenario, un hermoso ejemplar de mas de cien años, con varias ramas ya secas por la edad, y cuyo tronco pudimos rodearlo entre cuatro personas.
El calden centenario
Ya era el mediodía, y desandamos el camino hasta la tranquera de Ralicó que no habíamos cruzado, y ahora si lo hicimos saliendo a la calle, que no estaba nada buena, y nos dirijimos hacia el norte, hasta la Laguna Tromel. 


Laguna Tromel (2011)
En su costa norte se hallan dos monolitos que hacen referencia a que en el lugar habitó el cacique ranquel Ramón Cabral “El Platero” con su tribu. En ese lugar almorzamos, pero la expedición estaba aún incompleta; no habíamos llegado hasta El Cuero. Cabe aclarar que poco al sur de la tranquera de la Estancia Ralicó se divisa hacia el oeste, a cierta distancia,  el imponente Médano del Cuero, que en otra oportunidad nos proponemos visitar.
Despedimos a un grupo que regresaba, dada su premura pues tenían que viajar. Nosotros en cambio, ascendimos a la traffic y partimos de nuevo rumbo al sur; llegamos otra vez a la tranquera de la Estancia Ralicó, entramos y seguimos al sur, por la misma picada que habíamos seguido para ir al Caldén centenario. Pero a mitad de camino el chofer, muy conocedor del lugar, nos dijo que al oeste, cruzando la calle llena de plantas, se hallaba la tranquera de ingreso al lugar que buscábamos. Él había ido al sitio muchas veces con propósitos de caza. Así hicimos... cruzamos trabajosamente el alambrado y esquivando espinosas plantas llegamos a la tranquera e ingresamos en el campo del Sr. Hugo Daniele. Allí emprendimos una rauda marcha hacia el oeste, empujados por la impaciencia y la ansiedad. Después de 1.360 metros arribamos a la orilla de la laguna El Cuero, que como presumíamos, se hallaba totalmente seca. Pero a diferencia de las de Ralicó y Tromel, no se observaba ninguna pizca de sal en su lecho. De inmediato nos dividimos el trabajo: Ennio Vignolo y Daniel Vera reconocieron el sector sur, por mi parte yo me dirigí al norte de la laguna, acompañado por el intendente Iriart, Silvia Suárez y Ana María Mahmed, entre otros. Este sector tenía algo de vegetación y mucha roseta, lo que resultó un calvario para nosotros. En el extremo norte de la laguna pudimos observar donde llegaba la Rastrillada del Cuero a la misma. Regresamos a la alambrada que corta en dos este cuerpo de agua y allí esperamos a Daniel y Ennio, que seguían recorriendo el lado sur, donde hallaron varias bajadas, signos posibles de rastrilladas antiguas.
La laguna El Cuero dividida en dos por una alambrada (2011)
Satisfechos por el hallazgo y reconocimiento regresamos caminando a la traffic, pensando cuantas veces habrá andado por estos lados el famoso “Indio Blanco”, y en ese día habíamos tenido la oportunidad de pisar este histórico paraje.

Estación Cañada Verde
Regresamos a Tromel y los Monolitos de Platero, seguimos hacia el norte. Paramos en la hermosa Estación Ferroviaria “La Nacional”, enfrente de la cual hay todavía un antiguo boliche, erigido en 1907.


El antiguo boliche frente a la estación ferroviaria "La Nacional"
Ya estaba casi oscuro, y después de mucho andar arribamos a Villa Huidobro. Otra vez frente a la plaza, en la Municipalidad, nos sacamos la última foto y nos despedimos. Regresamos con nostalgia, pero con la alegría de poder haber llegado a la Laguna El Cuero, y por otro lado con la satisfacción que nos producen las relaciones humanas con gente tan gaucha, como la que encontramos en Cañada Verde.
 Frente de la Estancia Cañada Verde
Antigua estafeta postal de Cañada Verde
 Parte del grupo junto a la laguna Ralicó
 Caldén centenario

 Monolitos en honor al cacique Ramón Cabral
Fuente: 

Este blog tiene como objetivo rescatar parte de la historia aborigen en estas Pampas, muchas veces oculta, y también traer a la geografía pampeana de hoy esos topónimos olvidados, que tienen que ver con nuestras raíces culturales y nuestro origen como pueblo.

Gráficas: Norberto Mollo

Los felicito, interesante labor de revivir la historia. Prosigan que aún queda mucho por documentar. Gracias...
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sábado, 8 de junio de 2013

El último refugio. El hospital Sommer es el único leprosario de Argentina

Documento

María (82) y Francisco Barra (92), en su casa del hospital Sommer. En total, pasaron más de la mitad de su vida internados. Se casaron, dentro del hospital, donde se conocieron, en octubre pasado. Foto: Daniel Pessah 


Ubicado en General Rodríguez, el hospital Sommer es el único leprosario del país. Hoy, aunque la lepra tiene un tratamiento efectivo y el aislamiento ya no es necesario, funciona como el único lugar en el mundo para cientos de personas que perdieron todo a causa de la enfermedad.


La salud pública es muchas cosas pero es, sobre todo, una rama de la medicina cuyo interés es la preocupación por la salud colectiva: la ciencia y el arte -dicen los manuales- de prevenir las enfermedades, prolongar la vida, fomentar la salud mediante el esfuerzo organizado de la comunidad. Ese derroche de buenas intenciones tuvo -tiene, tendrá- sus obstáculos, sus terribles peros. El Hospital Nacional Baldomero Sommer -este lugar- es uno de ellos.
El Hospital Nacional Baldomero Sommer recibió, desde 1941, en nombre de la salud pública y en sus 270 hectáreas, a hombres y mujeres que llegaban por su voluntad (portando diagnósticos que no llegaban a entender), o contra su voluntad (arrastrados por la fuerza pública y por empujones que solían entender muy bien) con el convencimiento de que permanecerían allí tres meses para después partir. Lo que sucedía, en cambio, era que, apartados del mundo por candados y alambres, separados de la visitas por un mar de mármol, interdicta toda posibilidad de ir a alguna parte, se quedaban dos, veinticinco: años. Y no habían cometido crimen o violado ley. No habían hecho más que ser muy pobres y contraer un bacilo ácido-alcohol resistente que está, sobre la tierra, casi desde que la tierra existe. Este sitio podría ser, pero no es, un pueblo chico. Es, en cambio, un hospital. Y es, además, el último en su especie: el último hospital de la Argentina especializado en el tratamiento de la lepra.
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Hay enfermedades empeñosas. Hay pestes que se erradican y sobreviven sólo como reliquias tenebrosas, apenas descriptas en los manuales de la medicina. Pero hay enfermedades empeñosas. La lepra es una de ellas. Su rastro viene de lejos. Hay huellas de su paso encontradas en momias del antiguo Egipto, descripciones de sus estragos en el Antiguo Testamento. Aterrizó con furia en la Europa de las Cruzadas y llegó a América -cómo no- en los barcos de los españoles. Más próspera en sitios tropicales, bajó a la Argentina por las venas nudosas de los ríos, desde el Paraguay, desde el Brasil, y se aferró con fuerza endémica a provincias como Corrientes, Formosa, Entre Ríos, Misiones, Chaco. Y, desde allí llegó a Buenos Aires. No parecía seguir ninguna lógica al elegir sus víctimas y no había tratamiento efectivo. Recién en 1873 un noruego, Gerhar Armauer Hansen, descubrió el bacilo que la producía, el mycrobacterium leprae . Por eso se la llama, también, enfermedad de Hansen.
En 1926, en la Argentina no se sabía de la lepra más de lo que se sabía en el resto del mundo: que era una enfermedad infecciosa, que no tenía cura. Se la creía, además, hereditaria. Había 2300 enfermos dispersos en hospitales, clínicas y sanatorios de todo el país cuando se sancionó la ley 11.359, llamada Ley Aberastury, que dispuso el aislamiento hospitalario obligatorio y la prohibición del matrimonio entre los enfermos. Desde entonces, una vez detectado el bacilo, el médico debía denunciar el caso y ordenar la internación inmediata. Si el paciente se resistía, intervenía la fuerza pública. Se pensó que el aislamiento sólo sería eficaz si fuera férreo: impenetrable. Entonces comenzó la construcción de los hospitales. Fueron cinco, todos destinados a pacientes con lepra y ubicados a treinta kilómetros de centros urbanos: el Pedro L. Baliña, en Misiones; el José J. Puente, en Córdoba; el Maximiliano Aberastury, en la isla del cerrito, Chaco; el Baldomero Sommer, en General Rodríguez, Buenos Aires, y el Enrique Fidanza, en Entre ríos. El primero abrió en 1938. El último en 1958. El Baldomero Sommer, el 21 de noviembre de 1941. Era así: un pabellón de varones; un pabellón de mujeres; casas para los matrimonios. Y cárcel y huertas y animales y tejeduría. Porque nada entraba allí, y poco -casi nada- salía. Excepto, claro, los bebés.
Si el hospital tenía su director, sus médicos y sus enfermeras, tenía, también, un párroco, el franciscano Joaquín Prochazka, y un puñado de monjas de la orden de las Franciscanas Misioneras de María. El uso de la anticoncepción no estaba propiciado y el embarazo, claro, sucedía. Y no había, en el Sommer, peor noticia que un embarazo. Porque, apenas se deslizaban los hijos fuera de esos vientres, eran cargados a una ambulancia y trasladados a un hogar de monjas llamado Colonia Mi Esperanza, en el conurbano bonaerense. Y, mientras sus madres recién paridas se resignaban a saber que visitarían a sus críos, sin nunca poder tocarlos, dos o tres veces por año, sus críos empezaban a vivir, en Mi Esperanza, el primer día de una vida que los tendría, allí, hasta que cumplieran los catorce. Y eso fue así durante mucho tiempo. Eso fue así hasta 1983.
Pero la lepra no se transmite por vía placentaria: los hijos de los leprosos nacen total, completa, abrumadoramente sanos.
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"La carne del hombre -escribe Rodolfo Walsh en La isla de los resucitados, la crónica de la isla del Cerrito, Chaco, que publicó en 1966 en Panorama- sometida a una lenta explosión, que arranca acá una mano y allá un pie y termina rodeándose de fealdad, ceguera, desesperanza, locura." Esa lenta explosión de la carne sucedía -en el siglo XX como en la Edad Media- igual. Bajo dos de sus formas más usuales -lepra tuberculoide, que produce manchas anestésicas; lepra lepromatosa, que produce nódulos en la piel- la bacteria invadía -invade- los nervios periféricos, causando debilidad muscular (y así los dedos adquieren la forma de garras) e impidiendo la percepción del dolor, el calor o el frío (y así los infectados suelen cortarse o quemarse sin que el cuerpo transmita alarma alguna). En algunas ocasiones la lepra también afectaba -afecta- los órganos internos y las mucosas.
Recién en 1941 aparecieron las sulfonas, el primer tratamiento efectivo que reemplazó, entre otras cosas, a las inyecciones de aceite de chalmugra que producían efectos colaterales aberrantes, y a la talidomida, que se aplicaba con asiduidad. Después de quince o veinte años, algunas cepas se volvieron resistentes a las sulfonas y las esperanzas parecieron perdidas. Hasta que, a principios de los años ´80, empezó a aplicarse con éxito una terapia multidrogas (MDT) y, desde entonces, todos los países utilizan el tratamiento ambulatorio con dapsona, rifampicina y clofazimina, provisto en forma gratuita por la Organización Mundial de la Salud. En la Argentina, la entrega se realiza a través del Programa Nacional de Lucha Contra la Lepra, que depende del Ministerio de Salud de la Nación. La lepra no está erradicada -hay 700.000 casos nuevos por año en el mundo- pero, detectada a tiempo (su primera manifestación es la aparición de manchas anestésicas), tiene cura. El tratamiento dura entre seis meses y dos años y la enfermedad tiene muy bajo nivel de contagio: sólo se transmite de una persona no tratada a otra que debe tener, a su vez, cierta predisposición genética, y a través de las vías respiratorias o la piel después de una exposición prolongada: de tres a cinco años. Aunque en países como la India, Brasil, Madagascar, Myanmar la prevalencia es alta, en la Argentina (con menos de un caso cada 10.000 habitantes, quinientos nuevos por año, la mayoría en Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, según datos de la Sociedad Argentina de Dermatología) no representa riesgo sanitario y la tasa de incidencia se mantuvo estable durante la última década. Con la existencia de un tratamiento eficaz y ambulatorio, con un país con índices que están por debajo de los que manda la OMS para declarar riesgo sanitario, los cinco hospitales de confinamiento dejaron de tener sentido. En 1983 la ley 22.964 derogó la ley 11.359 y, aunque mantuvo la obligatoriedad del tratamiento, especificó que sólo serían internados los pacientes que no cumplieran las indicaciones médicas. En 1993, un decreto transformó a cuatro de los cinco en hospitales generales. El Sommer se mantuvo como el único especializado, pero, aun así, abrió sus puertas a pacientes de todo tipo y, desde entonces, 220 médicos atienden a quienes llegan por consultas de urología, oftalmología, clínica médica, kinesiología. Pero en los pabellones y en las casas quedaban pacientes que llevaban, allí, decenas de años. Que ya no padecían la enfermedad ni podían contagiarla, pero que no tenían, en el mundo, más que ese hospital que era su fe y su matrimonio, su cena de Navidad, su oficio y su pasado. Todo lo que la salud pública les había dado, quitándoles, primero, todo.
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-Es una población muy antigua, gente que ha vivido la época pretratamiento y le han quedado secuelas graves. A muchos la institución los salvó. Pero a otros les quitó el mundo.
El doctor Omar Moyano es director del Hospital Nacional Baldomero Sommer desde 2004. En los años cincuenta, el hospital llegó a tener cinco mil pacientes y, hasta 1983, los sectores de los empleados administrativos estaban separados -por alambres y candados- del sitio en que vivían los enfermos. Había cárcel, morgue, crematorio, iglesia, teatro, cancha de fútbol, cementerio, carpintería, cuatro barrios: el San Martín, el Sommer, el Madre de la Cruz y el padre Ernau. Los internos cosechaban sus verduras y criaban animales porque ningún proveedor se atrevía a llegar allí.
-La enfermedad era cruel -dice Moyano- y la solución era meterlos en un campo de concentración: esto. Ahora, aunque sólo el 40% de las trescientas camas tenga pacientes con lepra, tenemos a trescientas cincuenta personas viviendo acá, todas curadas, con un promedio de 69 años. ¿Cómo se reinserta a esa gente en la sociedad, si hace cincuenta años que están internados? Es lógico que esto sea un refugio.
Pero, dice Moyano, ahora el verdadero problema son los adolescentes. Los que viven aquí sin tener lepra, como si fueran leprosos antiguos.
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A las dos de la tarde, el hospital Sommer es uno de esos pueblos de la pampa húmeda donde están la iglesia y la plaza principal, todo enmudecido por aire de sopor de siesta. La única zona donde algo se mueve es la parada del colectivo 500, que une este lugar con General Rodríguez. El 500 empezó a entrar en 1983. Hasta entonces, pasaba por la ruta y no se detenía. La calle donde vive Adolfo Grossembacher se llama la calle del Ciruelo y está igual de quieta. La casa es chica pero el jardín es interminable: media cuadra donde cultiva rosas, rúcula, limones, pinos. Muchos de los árboles del hospital salieron del vivero de Grossembacher, que, en cincuenta años de internado, tuvo tiempo de cultivar una cantidad considerable.
-Yo vine de Tartagal. Mi mamá me llevó al doctor cuando yo tenía siete años y le dijo: "Hay que internarlo". Le dijeron que me iba a ir a buscar la ambulancia. Y la ambulancia tardó nueve años. Mire cómo me dejó las manos y la cara. Acá están los nueve años.
Sentado a la sombra de una higuera, remera verde de Quicksilver, los pies mutilados, se ríe a carcajadas con lo que alguna vez fueron sus labios y levanta las manos, un conglomerado de falanges, muñones, uñas. A pesar de los estragos del cuerpo, Adolfo carpió la tierra, arrojó semillas, combatió pestes, podó, se hizo pastor evangélico -su iglesia está en la esquina-, se casó -aunque está separado- y tuvo dos hijos, ninguno biológico.
-Eran chicos de acá. Adoptamos. Hicimos casa en General Rodríguez para que ellos pudieran decidir si se quedaban allá o no. Siempre dicen que era aberrante lo que hacían con los chicos, de llevarlos a Mi Esperanza. ¿Pero no te parecía aberrante lo que hacían los padres? ¿Tener hijos sabiendo que ellos tenían que estar acá adentro? Con las monjas esto era asfixiante. Yo tenía un cajón lleno de preservativos, pero ellas no aprobaban eso. Ahora está lleno de chicos, pero ¿a vos te parece bien que vivan en un leprosario, en un hospital? No podés condenarlos a esto.
En 1982 -cuando se supo que la enfermedad no se heredaba ni se transmitía por vía placentaria- los nacidos en el Sommer dejaron de tener como destino la colonia, que finalmente cerró. Ahora viven su feroz adolescencia entre las paredes de un sitio que, a veces, se parece muy poco a eso que es: un hospital.
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Los pacientes del Sommer no pagan luz, agua ni gas y reciben en forma gratuita carne, pollo, arroz, verduras. Gracias a un reclamo elevado por la Asociación de Internos en 1946, a cambio de su trabajo en tareas administrativas, de limpieza o de ayuda en el sector de enfermería, reciben un sueldo llamado peculio.
-Los padres vinieron sin familia y no aprendieron a ser hijos -dice Horacio Fernández, un médico que trabaja en el hospital desde hace veinticinco años-. Y tampoco a ser padres. Acá el Estado te da todo. Y la cultura del trabajo desapareció. Los chicos fueron criados de esa manera: no sirve estudiar, no sirve prepararse.
-Los pacientes del hospital, aunque bacteriológicamente no contagien, son pacientes -dice el doctor Omar Moyano-. Que estén con sus hijos es una cuestión filiatoria. Pero éste no es un lugar para que viva un adolescente. Y por otra parte, acá los chicos reproducen la problemática de afuera: alcohol, drogas, violencia.
Desde hace unos cuatro años, y a instancias de algunos médicos y asistentes sociales entre los que se cuenta Horacio Fernández, se creó el proyecto Rayuelas, un grupo en el que se propician talleres de murga, una radio, campeonatos de fútbol callejero, deportes.
-Me parece -dice Fernández- que uno le pone tanto empeño a algo como esto para pagar las culpas. La culpa de haberlos separado de la familia. La culpa de haberlos encerrado.
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Los mundos cerrados, como los mundos abiertos, tienen sus reglas y sus revoluciones, sus códigos y sus reyertas. Claro que, antes o después, la realidad siempre se salta el cerco.
"Empezás a hacer cosas y después te das cuenta de que no está todo bien. Pararte en una esquina , en un hospital, a tomar una birra. Es raro", dice Jorge, 23 años, la camiseta amplia hiphop, la gorra, el piercing en la boca. Es operador de FM Original, 88.9, la radio del hospital que transmite cuando puede. Ahora no puede, porque se les rompió la computadora, y no se sabe cuándo van a volver a poder.
-Acá vino primero mi viejo y después mi vieja. Ellos tienen la enfermedad de la piel. Ahora hay, pero cuando yo llegué tenía 9 años, y no había un solo chico. Yo sé que tendría que irme. Pero no tengo los medios ni tengo trabajo ni tengo adónde ir.
Jorge tiene una novia, en Lanús, a la que visita cada tanto. A veces, dice, pasa una, dos, tres semanas sin salir del hospital.
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En los pasillos del pabellón psiquiátrico hay varias camillas para lavar cadáveres y, mirando la televisión, un misionero de ojos azules -los dedos como racimos de muñones- y un hombre de guayabera oscura y sombrero panamá. Se llama Raúl, apellido alemán, viene del Chaco. Más de sesenta, lepra desde los 23, ninguna secuela a la vista. Gatsby, de visita en el pabellón de los desintegrados.
-Ahora me está agarrando la secuela. Pero no hay tratamiento.
-¿Cómo que no hay tratamiento?
-¿Sabe lo que es la secuela?
-Sí, la secuela, lo que...
-No. No. La "sejuela". Sejuela. Se jue la juventud. Y para eso no hay cura.
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Los mundos cerrados, como los mundos abiertos, tienen sus reglas y sus revoluciones,, sus guerras sordas o gritadas. En el Sommer, como en todas partes, hubo muertos que nadie mató. Los pabellones de hombres estaban divididos en clubes -el Uno, el Dos, el San Martín- y, a la menor ofensa, los cuchillos salían a cortar. Justo Gaona -70 años- llegó aquí con poco menos de veinte y enseguida le entraron las ganas de matar: de matar o de matarse. De hacer alguna cosa para que lo echaran o lo mandaran a la cárcel. Después supo que el Sommer tenía cárcel propia, o sea que ni siquiera así, y descubrió que, a través del cementerio, bordeando el río, los pacientes podían escaparse: salían un sábado a un baile de Luján; otro, a una peña de General Rodríguez. Todos volvían.
-¿Y dónde iba a ir, si donde lo agarraban lo traían de nuevo? Si lo descubría un enfermero, lo denunciaba. Los taxistas no lo querían traer. En los restaurantes le decían: "Acá no puede comer". Yo era albañil, y me habían salido unas manchas. Fui al hospital Salaberry y el médico empezó a hacerme la pinchada. "¿Siente?" "No." Y de ahí al hospital Muñiz y el doctor me dice: "Te tenés que internar". Y le digo: "¿Por qué, doctor?". "No te puedo decir", me dijo. Y le digo a mi mamá y mi mamá me dice: "Hijo, usted tiene algo raro. Usted me niega". Yo lloraba, ella lloraba. Y vine y me internaron. Tenía novia, pero me vine sin decir. Me mandaron al pabellón Uno, los malandras. Todos solteros. Todos los machos con cuchillo. Y viene el médico y me revisa, y le digo: "¿Qué es lo que tengo doctor?" "Y... tenés lepra", me dice. Ahí me calmé porque, por lo menos, sabía. Yo pensaba que tenía cáncer.
Justo Gaona no tiene secuelas; apenas, marcas blancas en los brazos. Durante cinco años no pudo salir del hospital y, cuando salió, fue a General Rodríguez, puso un kiosco, se compró un auto y empezó a trabajar llevando a los padres a ver sus hijos a Mi Esperanza. Las monjas, muchas veces, no los dejaban pasar.
-Que es contagioso, decían, y uno veía ahí, los chicos, tirados en el suelo como si fueran... gusanos, vamo´ a decir.
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En la casa de Antonio Cárdenas hay banderines de River, una foto de Juan Carlos Altavista autografiada, estampitas de la Virgen y del Sagrado Corazón de Jesús. Antonio Cárdenas es viudo y tiene una hija de 40 años
-La nena se crió en Mi Esperanza. Estuvo hasta los 14 años. El maltrato era tremendo. Les decían: "No toques a tu mamá; no la abraces".
Tiene la nariz moldeada por la enfermedad -empequeñecida-, mutilada una de las piernas y los dedos retraídos en nudos difíciles. Está aquí desde 1958.
-Vine de Mendoza. Tenía 21 años. Me revisaron en el servicio militar y me pusieron aparte. El médico me dijo que tenía mal de Hansen, y yo no tenía idea de qué era eso. Me dijo que me tenía que internar. "Te vamos a mandar a una colonia en Buenos Aires, donde hay equipos de fútbol, cine, baile". Los médicos te dicen la misma mentira siempre. Esto era una cárcel. Si salía con permiso y volvía un día más tarde, me metían en cana. A los seis años de internación, me fui de alta. Pero después empecé a notar que andaba mal, porque no me habían dicho que tenía que seguir el tratamiento, así que tuve que volver. Y acá estoy.
En Mendoza era herrero artístico. Ahora usa herramientas imantadas y, con esas ayudas ortopédicas, hace mesas, toca la guitarra.
-Me enseñó una amiga ciega. Un día le dije: "¿Te animás? Mirá que yo más de dos dedos no tengo".
Para tocar, encastra en los muñones de la mano rollos de tela adhesiva y rasga, con esos dedos falsos, zambas como la que compuso para su mujer, fallecida en 1994. Se llama Por una flor y, cuando termina de cantarla, Antonio dice que, dentro de todo, uno tiene que mirar el lado positivo.
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Es difícil.
-A ver, usted, que tiene dedos.
Es difícil no reírse de una frase como esa, pero Wilda no la dice para provocar risa, sino porque es lo que dice, desde hace años, a todas las personas que tienen dedos: porque ella no. Sentada en su silla de ruedas, con su muñón pero sin su pierna ortopédica, lidia -con manos que son puños- con una tarjeta de cumpleaños o de salutación. Vive en el pabellón de mujeres. Tiene más de 80 años y nada de nariz: nada. En la cómoda, junto a su cama, hay una lata de mamón en almíbar, botellas de agua, una naranja, un conejo de peluche. La pierna ortopédica está debajo de la cama. Ahora, en el amontonamiento, Wilda busca una foto que muestra que Wilda era hermosa. Pero no la encuentra.
-En el 53 vine. El 26 de noviembre hizo sesenta y dos años que estoy internada acá, pero antes estuve cinco años en el Cerrito.
Nació en Corrientes y su madre murió cuando ella tenía siete años. No se olvida más, dice, de la persona que llegó gritando: "Murió María", ni de cómo ella corrió sobre las dalias, los jardines, ni de cómo llegó al hospital donde una enfermera le dijo: "Tu mamá está en la piecita. Se murió". Y mucho menos de cómo corrió hasta la piecita y la vio ahí, muertísima, bien muerta. En ese hospital consiguió, años después, trabajo, y allí le hicieron el análisis que le cambió la vida. Tenía 15 años, no había conocido hombre y le gustaban los pájaros cuando la encerraron en la isla del Cerrito.
-Yo había empezado a trabajar en enfermería y me hicieron análisis de sangre. Me salió "Dudoso". Pensaba: "Me mato, qué tendré, qué tendré". Yo tenía el análisis en el bolsillo y mi hermano, ese maldito, habrá visto. Me llevaron al médico y de ahí engañada a la isla del Cerrito. Cuando vino la enfermera y me dijo: "Se tiene que quedar", me quería morir. Me tuve que quedar. Qué calor hacía. Decía: "Quiero irme, quiero irme", y el médico me decía: "Te ponés la vacuna y cuando viene el barquito te vas". Todavía estoy esperando el barquito. Te ponían una inyección de aceite de chalmugra que hacía que te reviente toda la espalda.
-¿Nunca pensó en escaparse?
-Sí. Pero tenían orden de tirarnos a los pies si nos escapábamos. Y nos sacaban el documento. Al final me trajeron acá. Candados había, y alambre. Pero yo estaba entera, nadie se daba cuenta. Así que metía las sandalias en una bolsita y me escondía en el monte, y cuando pasaba el 500 me iba al pueblo a bailar.
Conoció a un hombre, tuvo dos hijos. En algún momento, cuando aún no había tratamiento, empezaron las secuelas: la pierna, las manos, la nariz.
-Pero... no encuentro la foto.
Hace una pausa y pregunta:
-¿Usted me conoció con la nariz, doctora?
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El 10 de octubre de 2008 en el Sommer hubo un casamiento. No fue el primero, pero sí el más extraño. Francisco y María Berra, él de 92, ella diez menos, se casaron después de 52 años de estar juntos. Los Berra vivieron un cuarto de siglo, entre 1960 y 1985, fuera de aquí. Ella, limpiando por horas. El, ganándose la vida como jardinero. Los dos en Ituzaingó. Se creían a salvo cuando, en 1984, María empezó a sentir que no podía cerrar los ojos.
-Y es uno de los síntomas de la enfermedad, vio. Así que tuvimos que volver.
María es delgada, los ojos tirantes, las manos un poco endurecidas. A su lado, pijama, la piel rubia, Francisco.
-Yo vine de Entre Ríos -dice Francisco-. Tenia 29 años, una hija de cinco y un bebé recién nacido. El doctor que me descubrió me dio dos días de plazo. Me dijo: "Usted vaya a Rosario, que allá lo van a operar". Le ponían mal de Hansen y usted ni sabía qué era. De Rosario me mandaron al hospital Muñiz, y me trajeron a esta jaula. Me dijeron que me iba a tener que quedar un tiempito nomás.
Aquí, en el hospital, se hizo repartidor de leche. Un día, al pasar por la puerta del pabellón de mujeres, la vio a María: vendada, reventando por la medicación.
-Solita estaba, como pulga e’ tapera. Una criatura que se ha criado sin padre, sin madre, ambulanta. Ni al colegio la mandaban.
María llegó en 1944, desde Misiones. Tenía 18 años y una vida corta pero intensa. Dos meses después de haber nacido su madre la había regalado a una mujer que la crió en Corrientes, junto a tres hijos más. Creció pobre, sin colegio, sin zapatos. A veces, con comida. Cuando cumplió diez años, el comisario del pueblo la quiso violar. Se escapó de esas carnes crecidas, pero la mujer que la criaba la sacó del pueblo y así fue como María volvió a Garupá, el lugar en el que había nacido, y supo que no era hija de esa mujer ni hermana de esos hermanos. Lo demás fue rápido: conoció a un hombre, tuvo cinco hijos. Y eso fue todo: la vida llegó hasta ahí. Amamantaba a un crío de nueve meses cuando fue a consultar a un médico porque tenía una manchita ahí.
-Y el médico me hizo una carta para que me internaran directamente acá. Dijo: "Tres meses vas a estar". Y vine porque pensé que era contagioso para mis hijos. Y fui a los tres meses y le dije: "Doctorcito, usted me dijo tres meses". Y me dijo: "No, todavía no puede salir". A los cinco años recién pude salir con un permiso. Como nadie me había escrito de Posadas dije: "Me voy allá". Yo ya lo había conocido a Francisco y le digo: "Yo tengo el padre de mis hijos y no sé si voy a volver". Y él me dijo: "Yo te voy a dar la plata. Sabé que si volvés te espero". Y fui.
Cuando llegó, encontró que uno de los chicos se había muerto y que los sobrevivientes vivían con una tía. Su marido, que ya tenía otra mujer, primero la vio llegar, después le rompió los huesos, y para terminar la denunció a la policía. La trajeron en ambulancia, directo al hospital.
-Me fui con las manos vacías y volví con las manos vacías. Había sido que yo tenía derechos y el derecho no me dieron. Esta enfermedad destrozó mucho, mucha gente.
En 1960, después de 16 años de internación, María y Francisco recibieron el alta y se mudaron a Ituzaingó. No fue tan fácil: hubo meses en los que, si uno comía, el otro no. Después, consiguieron sus trabajos, buscaron a los hijos.
-Los encontré en Buenos Aires -dice María-. Y les digo: "¿Pero cuánto hace que están acá". Cinco años. "¿Y no se les ocurrió buscarme." Dice: "No, es que papá nos dijo que estabas muerta". Ahora a veces vienen a visitar.
-Pero no hay amor -dice Francisco-. El hijo mío viene, pero es como si le culparan un poco a uno de lo que pasó. Cada uno tenemos una historia sin fin en esto. Esta enfermedad es una historia sin fin.
Entonces María, la mujer regalada, la mujer manoseada, la mujer arrastrada con engaños lejos de sus hijos, la mujer reventada por medicación ineficiente, la mujer molida a golpes y detenida por la policía, la mujer premiada con veinticinco años de libertad mentirosa: esa mujer dice que no hay que renegar de la enfermedad.
-Dios tiene sus tiempos. Al final ayuda. A mí me hicieron deshacer de mis hijitos. Te sacan la criatura que estás amamantando, y todos te necesitan, pero ése te necesita más. Uno piensa: "Me quedé sin nada, después que tuve todo". Pero cuando vivíamos en Ituzaingó un señor me preguntó si yo me animaba a trabajar con criaturas. La hija tenía un bebé. Y fui, y me empleó. Y empecé a cuidar al bebé. Le di la mamadera, le di de comer, le cambié los pañales. Con todo lo que yo necesitaba un bebé, ahí estaba. El bebé. Y digamé si atrás de eso no está Dios.
Insondables, les dicen. A esos caminos les dicen insondables.
Por Leila Guerriero Domingo 01 de marzo de 2009 | Publicado en edición impresa LA NACIÓN BUENOS AIRES ARGENTINA

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