Edmundo Paz
Leston habla de la relacion de Victoria Ocampo con el cine, la música y el
teatro.
POR HUGO
SALAS Etiquetado como:Edición Impresa Revista Ñ 22.02.2016
Entre las diversas facetas de Victoria Ocampo que han pasado
desapercibidas, se cuenta su condición de cinéfila. Decidida a subsanar este
olvido, la editorial Libraria convocó a un verdadero conocedor de su obra:
Eduardo Paz Leston. El responsable de la edición de dos epistolarios de la
directora de Sur y una selección en dos tomos de los diez volúmenes de sus
Testimonios tuvo además la oportunidad de conocerla personalmente, y de esa singular
conjunción entre lectura y trato de primera mano nace Victoria Ocampo va al
cine .
En diálogo
con Ñ, no duda en afirmar que la creadora de Sur tenía con la pantalla “una
relación muy personal y apasionada. Por los directores y su obra, pero también
por los actores, como lo prueba el hecho de que en un viaje a Berlín hiciera
todo lo posible por conocer a Conrad Veidt, el protagonista de El gabinete del
doctor Caligari ”. No se trataba sólo de un interés cultural, sino casi de una
necesidad física. “Iba todos los días”, recuerda. “Generalmente con algún
colaborador al que arrastraba de la nariz, como Enrique Pezzoni o Eugenio
Guasta. Con Graham Greene, mientras estuvo en Argentina, iban juntos siempre.
Necesitaba compañía porque era muy sensible a la opinión de los demás. Quería
compartirlo todo, no podía entender que lo que a ella le gustaba pudiera no
gustarle a otro. Y Sur en buena medida fue eso: pasión por compartir. Aunque
pareciera una fortaleza, era muy vulnerable a la opinión de los otros.” Esta debilidad,
en ocasiones, la llevó incluso al desborde emocional. “Una vez, su hermana
Silvina se burló del Hamlet de Lawrence Olivier, que a ella le gustaba, y la
discusión fue tan caldeada que la mayor terminó llorando de rabia. Era una
situación difícil para Victoria, porque tenía sus enemigos dentro del propio
grupo, Borges y Bioy, que hacían todo lo posible por ridiculizarla, por
hundirla, y ella era muy consciente de eso. A pesar de mi gran amistad con
ellos, tengo que reconocer que nunca trataron de entenderla ni de aceptarla.
Esto la enojaba mucho a Silvina, que trataba de oponerse cuando la atacaban,
pero era una situación tensa.” En marzo de 1972, de hecho, Victoria se ve
obligada a salir al cruce de algunas declaraciones de Borges con el artículo “Fe
de erratas”. Entre las distintas inexactitudes que le reprocha a su ex
colaborador, una de las que más la irrita es la afirmación de que no le
interesaran las notas sobre cine, teatro, conciertos. Allí está, de hecho, el
índice de las colaboraciones publicadas en la revista, muchas de ellas con
firma de la propia Victoria. Allí está, también, su amistad con Sergei
Eisenstein, para quien intentó conseguir fondos con el fin de que viniera a
filmar en Argentina, gestiones que fracasaron porque el medio local no quiso
financiar la película “de un comunista”.
Para Paz
Leston, la provocación de Borges no sólo fue maliciosa, sino además muy
errónea. “Nadie ha advertido su singularidad como crítica de cine. Ella se
fijaba en detalles que los varones no tenían en cuenta, porque los consideraban
muy secundarios (si acaso los percibían). No hay que olvidar que era una época
muy sexista: cuando se hablaba de la belleza o el sex appeal, se sobreentendía
que se hablaba de mujeres. Victoria, por el contrario, incluso en un espacio
como Sur , muy puritano a pesar de ella, se atrevía a hablar de cosas en las
que nadie más hubiese reparado. Al comentar la versión teatral de Un tranvía
llamado deseo , por ejemplo, dice que Marlon Brando parecía ‘una antorcha de
carne’, y destaca a los demás actores como ‘animales espléndidos’, más allá de
su talento.” Para comprobarlo, en Victoria va al cine el autor recupera un
pasaje en el que Ocampo comenta el andar de Montgomery Clift y su uniforme
entallado, con una mirada del hombre como objeto sexual por demás adelantada a
su época. “También era de avanzada en su relación con la música popular. En una
carta a su hermana Angélica del año 46 o 47, le dice que ha escuchado a Frank
Sinatra y le recomienda que compre todos los discos suyos que pueda conseguir.
Percibía la calidad en todo. Era voraz. Esa era su gran afición: le gustaba la
gente, la agitación del mundo, le gustaba la vida. Por eso, igual que Silvina,
tenía una relación íntima con la naturaleza, con lo vegetal. Recuerdo que en la
solapa de su traje sastre llevaba un ramito de flores que renovaba todos los
días, porque necesitaba ese olor, sentir que su jardín la acompañaba a todas
partes. Era una persona profundamente sensual”.
En los
últimos años, sin embargo, la recuerda apesadumbrada. Con algunos amigos llegó
a comentar sus dudas acerca del futuro de sus propiedades donadas a la Unesco.
“Con respecto a Sur ”, rememora, “creo que además se sentía muy pesimista.
Sabía que con su muerte se cerraba un período de la cultura argentina. Nunca
más hubo algo parecido. Por motivos económicos, en primer lugar, pero también
porque el mundo cultural ha cambiado enormemente, no sólo en Argentina, sino
también en Europa y Estados Unidos. Hoy un proyecto de intercambio y
comunicación tan ambicioso, con ese nivel de calidad, es impensable.”
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