La redacción de Sur en 1961. Ocampo, en el centro, entre Bioy Casares y Jurado. También están Borges, Pezzoni, Ocampo, de Torre y Mallea, entre otros. |
Acervo. La
legendaria revista creada y dirigida por Victoria Ocampo ya puede leerse en el
sitio web de la Biblioteca Nacional, que comenzó a digitalizarla.
POR HUGO
SALAS Clarín Ñ
Hace 85
años, en el verano de 1931, se daban a conocer cien ejemplares del primer
número de Sur , la revista literaria más longeva del país y una de las más
significativas de toda América Latina. Bernárdez, González Lanuza, Mastronardi,
Sabato, Martínez Estrada, Wilcock, Bianco, Mallea, Marechal, Bioy Casares,
Silvina Ocampo y, claro, Borges, fueron algunos de los escritores que la
publicación dirigida por Victoria Ocampo supo difundir y promocionar, junto con
el trabajo de muchos de los principales críticos y ensayistas de la época. El
aporte se completa con las invaluables traducciones que encontraron lugar entre
sus páginas, entre las que cabe mencionar, a modo de muestra, a Martin
Heidegger, Antonin Artaud, Albert Camus, Aldous Huxley, Virginia Woolf, André
Gide, T. S. Eliot, George Bernard Shaw, Sergei Eisenstein, Katherine Ann
Porter, Thomas Mann, Herman Hesse, Jean Genet… la lista completa sería
interminable.
Saldando
una vieja deuda, Trapalandra, el espacio en Internet de la Biblioteca Nacional,
ha comenzado a poner a disposición de los visitantes la colección completa de
la revista, como ya hiciera con La abeja argentina (1822-1823), La moda
(1837-1838), Revista del Plata (1850-1854), Proa (1924-1925), Claridad
(1926-1941) y los Cuadernos de FORJA (1936-1939).
María
Teresa Gramuglio acertó a definir la revista como “ese sujeto incómodo de
nuestra historia cultural”. En el marco de un campo intelectual que a partir de
la década de 1960 se ve atravesado por el imperativo del compromiso político,
la teoría de la dependencia y una adhesión masiva a la izquierda, este
emprendimiento ciclópeo dirigido –y sostenido económicamente– por una mujer
proveniente de la clase patricia de los hacendados bonaerenses no podía sino
constituirse en “el hecho maldito del país burgués” para todo el campo
antiburgués. A partir de 1970, Sur se transformará en sinónimo de todas las
abominaciones; se la tildará de elitista, caprichosa, esnob, extranjerizante,
liberal (en un sentido peyorativo), poco atenta a lo nacional y además
anticuada, por aquello de que la oligarquía sigue adhiriendo al modelo de la
generación de 1880.
Esta imagen
estereotipada y simplista domina el ámbito intelectual, a punto tal que aun
quienes defienden el aporte de Sur tienden a aceptarla, con matices, como hecho
consumado. En los últimos años, algunos investigadores han comenzado a ponerla
en duda –entre los casos más destacados, es preciso mencionar a Nora Pasternac
y su libro Sur: una revista en la tormenta –, pero al día de hoy, el lector
interesado en el enigma podía verse abrumado por esta voluminosa colección sólo
disponible en salas de lectura especializadas. A pesar de su relevancia, y a
diferencia de lo que ocurre con este tipo de publicaciones en el resto del
mundo, no estaba digitalizada. Hasta ahora.
Desde
luego, el caso de Sur resulta singular por su volumen: si bien en su primer año
de vida fue trimestral, tras algunas irregularidades –que incluyeron un
paréntesis entre julio de 1934 y julio de 1935– salió como publicación mensual
hasta fines de 1953, y luego bimensual hasta 1970, con la posterior aparición
de números semestrales, anuales o especiales hasta 1991. Hasta el momento,
pueden consultarse en línea los números digitalizados hasta 1950, y está en
proceso de carga el período 1951-1955. De aproximadamente 369 números, ya hay
249 digitalizados. La nueva gestión dará mayor impulso a la digitalización de
las colecciones de modo que ese es un objetivo primordial a futuro.
La noticia
es por demás auspiciosa y forma parte de un programa que incluye también la
catalogación, digitalización y transcripción de los manuscritos del fondo del
Tesoro de la Biblioteca (ya pueden consultarse versiones de inéditos de
Leopoldo Lugones, Rubén Darío y Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo),
además del programa de recuperación de Fondos Borgeanos, que este año dará a
conocer una edición crítica de “Tema del traidor y del héroe”.
¿Qué fue
Sur?
A decir
verdad, tanto la revista como el grupo que la producía fueron mucho menos
homogéneos de lo que permiten entrever las críticas. Esto explica,
paradójicamente, su supervivencia. La gran mayoría de las publicaciones
culturales, pensadas como órganos de recambio generacional o difusión de un
grupo o estética determinada, suele agotarse en su carácter programático al
cabo de pocos años. Por el contrario, dentro del marco de una serie de
limitaciones dictadas por vínculos sociales y afinidades electivas, Sur fue un
espacio de discusión en el que supieron oponerse y convivir distintas
concepciones de la literatura, la cultura y lo político.
Es más: no
todos los integrantes estaban de acuerdo con esta pluralidad. En su diario,
Adolfo Bioy Casares registra un diálogo con Borges en el que le pregunta a su
amigo: “¿Por qué Victoria reunirá esta fauna? Hellén Ferro, un experonista;
María Rosa (Oliver), comunista declarada; la mujer de Risieri Frondizi;
González Lanuza; vos y yo, que somos liberales”. Más iluminadora aún resulta una
entrada posterior, en la que el dúo boicotea una reunión convocada por Ocampo
con el objeto de abrir el debate, lo que suponía convocar a personas alejadas
de la órbita del grupo, frente a lo que Borges plantea su enfático rechazo a
convertir la revista “en una tribuna para los comunistas”.
Anticipándose
varias décadas a lo que hoy se conoce por “gestión cultural”, Victoria Ocampo
sostuvo con medios propios y de terceros no sólo una revista, sino un vasto
proyecto de intercambio y traducción como no ha vuelto a existir en el Río de
la Plata, responsable, además, por la edición de más de trescientos títulos,
muchos de los cuales continúan siendo de referencia obligatoria en el debate
intelectual argentino.
La idea
original de la revista fue de Waldo Frank, es cierto. No obstante, dueña de sus
propios intereses y acaso, por qué negarlo, un poco tozuda, la directora no se
dejó imponer el modelo por el que abogaba el poeta estadounidense, ni tampoco
el que intentó dictarle José Ortega y Gasset desde el otro lado del Atlántico.
Sola, con el único aval –significativo pero no suficiente– de los medios
económicos de que disponía, una autodidacta carente de cualquier tipo de
credencial académica, divorciada cuando esto aún significaba un oprobioso
escándalo, en un momento en que se consideraba que la única ocupación literaria
posible para una mujer eran los “versos franceses”, se atrevió a situarse como
mediadora y anfitriona del diálogo, y por si fuera poco, a participar de él.
Quienes se
empeñan en reducirla al papel de importadora de novedades, olvidan que una de
sus tareas fundamentales fue la difusión de argentinos en el exterior. El
propio Borges, de hecho, fue su exportación más exitosa. En algún momento,
Ocampo tal vez haya entendido –o tuvo un olfato prodigioso– que resultaría
imposible llevar adelante lo que se proponía con una lógica demasiado cerrada.
Así, por ejemplo, en el número 166 se publica la traducción de Las criadas , de
Jean Genet, y en el 168 la propia directora plantea sus reparos a la obra; es
decir, reconoce el valor de publicar algo que no le gusta. No cuesta imaginar
lo que debe haber costado llevar adelante un emprendimiento de este estilo,
pero Victoria porfió y los resultados están a la vista.
“Yo pensaba
que si América es joven, el mundo no lo es y que nuestro continente se parece a
esos niños cuya infancia se marchita de vivir siempre entre adultos. América no
cree ya en los cuentos de hadas, pero lleva en sí la eterna necesidad que los
hizo nacer. Como necesita creer en ellos acabará por inventarlos de nuevo. Y
ese será su milagro.” Estas palabras, fragmento de la “Carta a Waldo Frank” con
la que Victoria Ocampo elige abrir el primer número de la revista, ayudan a
entender el espíritu que, aun con sus errores y sus olvidos, contribuyó a
alimentar el proyecto cultural más ambicioso e influyente del Río de la Plata:
la convicción de que los hombres son capaces de imaginarse a sí mismos y
reinventarse en las leyendas que cuentan, en los mitos a los que se ven
empujados por su propia necesidad.