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Nosotros cuando niños..., por orden de nacimiento: Juan, Marta y RicardoYáñez |
Juan Yáñez
Serie: Recordando nuestra niñez
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Mamá, Sofía Gonzalez de Yáñez,
en su juventud. (1935) |
Algunos domingos, siendo niños, mamá nos llevaba a pasar el día en casa de su hermana María, en el barrio de Mataderos, en Buenos Aires. Estaba y aún hoy se mantiene en pié en la calle Oliden 1145 y su puerta solo se cerraba por las noches, cuando ya era hora de acostarse y se abría temprano en la mañana.
No tenía timbre eléctrico, sin embargo hubo un tiempo en que si alguien se asomaba apenas al dintel de la puerta un tero, el ave que en Venezuela se conoce por alcarabán, alertaba a los de adentro con sus destemplados graznidos la presencia de algún visitante. El propio tío Aladino, que se apellidaba Corzo −el esposo de la tía María−, reconocía que no había mejor portero.
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Las hermanas González Frojan, con su madre.Desde la izquierda: Josefa, Sara, la madre Dolores, María (la célebre tía María) y Sofía (mi madre)
Foto principios años 50. |
Al igual que otras de esa época y de las barriadas populares, esta casa era larga y angosta. Al entrar, en un pequeño jardín había una mata de nísperos que al madurar sus frutos hacían nuestra delicia. Las habitaciones se sucedían una tras otra, frente a una galería cubierta que limitaba a un patio embaldosado. Al fondo el infaltable gallinero, e inmediatamente antes, el baño que consistía en una poceta a la turca. No había lavamanos, afuera estaba la pileta de lavar la ropa que cumplía esta función. Por la noche era necesario llevar una vela, hasta allí no llegaba la luz eléctrica.
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Los hermanos Yáñez (1950) |
Era una casa sencilla, de gente franca y trabajadora y con buena disposición. Estábamos a fin de los años cuarenta y principios de los cincuenta, cuando todavía en Mataderos había algunas calles de tierra. Era un suburbio de la propia ciudad capital, lejos del centro y con sus barrios aledaños. Allí aún me tocó ver los últimos vestigios rurales que en los confines de la ciudad que todavía existían. Recuerdo perfectamente la recua de vacas con sus terneros que por estas calles pasaban vendiendo la leche que allí mismo ordeñaban. Lo mismo la manada de pavos que recorrían las calles al lento paso de estas aves, bajo el cuidado de su propietario, que los ofrecía en venta. Poseía éste un gancho de grueso alambre para atrapar a los animales por sus patas, cuando algún vecino se interesaba en comprar.
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María Elena y Mingo Corzo
en su Primera Comunión. |
Habitaban esta casa además de la tía María y su esposo, sus hijos, −nuestros primos−. Ellos eran Francisco "Paco", el mayor. Domingo "Mingo" el del medio y María Elena, la menor. Ella, ya una señorita muy cariñosa y dulce. Los varones eran ya hombres cuando nosotros éramos todavía niños.
Alguna vez, nuestra madre nos contó risueñamente lo que sucedía con estos primos varones, − cuando niños− al volver de la escuela. Empezaré relatando que la tía María era el principal sostén de la familia. Ella era en extremo trabajadora, se pasaba el día y parte de la noche frente a una máquina de coser,− una Singer a pedal− confeccionando sostenes de mujer, que allá se denominaban corpiños. Trabajaba sola en su casa por cuenta de terceros que le llevaban la tela cortada, para que ella confeccionara estas prendas y le pagaban por producción. Eran épocas difíciles y la tía debía producir lo suficiente para mantener a su familia, ya que el tío Aladino no trabajaba o lo hacía irregularmente. Además se ocupaba de todos los oficios de una casa y entre ellos estaba el cocinar. Por ello, siempre con escaso tiempo para las labores domésticas, trataba de hacer aquello que demandara el menor tiempo en su preparación.
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María Elena y su esposo,
en su boda. |
Casi todos los días de la semana su repetitivo menú consistía en un exquisito plato llamado puchero, que no es otra cosa que un hervido de diferentes hortalizas y carne, de sencilla y rápida elaboración. Fue entonces que mis primos, al regresar de la escuela a su casa, Mingo acostumbraba a adelantarse para curiosear y comunicar a su hermano antes de que este llegara lo que había de almuerzo ese día., con la esperanza de un cambio en el menú, que por lo monótono no resultaba grato……
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Francisco "Paco" Corzo (1950) |
Frustrada esperanza, siempre era puchero, y a voces, por poco llorando Mingo, más o menos siempre exclamaba: −¡PACO, OTRA VEZ PUCHERO!!!...... y protestando, hambrientos se sentaban a la mesa, reclamando a su madre e instándola a que prometiera al otro día cambiar de plato, mientras ella afectuosa y sonriente les servía la comida y les decía: −Mañana, les voy a preparar lo que a ustedes les gusta…… ,−pero si tengo tiempo−…..,aclaraba. Era entonces cuando los hermanos al final callaban y comían en silencio aquello que su madre sacrificada y generosa les había preparado con toda dedicación y esmero.
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Paco y Aladino manipulando un Wincofon |
Llegábamos a esta casa a media mañana felices y dispuestos a gozar de nuestra estadía. . Ya desde temprano, el tango se oía allí. Provenía de un aparato de radio, sintonizado en Radio del Pueblo, la emisora exclusivamente tanguera , que mis primos habían encendido a primera hora y que apagarían por la noche. Ellos eran tangueros a muerte.
Es extraño que aún recuerdo comentarios que le hacía Paco a Mingo sobre la incorporación del cantor Edmundo Rivero −en esa época poco conocido−, con su voz abaritonada a la orquesta de Aníbal Troilo.
Esa era la novedad en 1948, hace casi sesenta años. Aún hoy escucho los domingos en mi casa aquellos tangos. Ahora me agrada lo que no me gustaba antaño y por sobre todo aprecio la ingenuidad de sus letras. Era una época diferente, de la que solo quedaron recuerdos, nostalgias, la amena reminiscencia de aquellos años cuando estábamos todos, con la excepción de los que vinieron después.
El almuerzo de los domingos en casa de la tía, consistía en ravioles caseros de acelga y sesos con tuco, (salsa de tomates) de carne estofada. Exquisito plato que todos ayudábamos a preparar. (No recuerdo que haya cambiado alguna vez ese menú) Después la sobremesa en la que se conversaba y se reía.
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Mingo Corzo y su Isetta |
Algunas veces, al terminar esta, Mingo, −quien era piloto de aviones −y posteriormente corriera el Gran Premio ACA de 1965 y 1966 con un BMW Isetta 300 (un auto minúsculo) y se hiciera famoso-- se despedía de nosotros para ir al Aeroclub, donde alquilaba una avioneta. Al salir nos advertía, señalando al cielo: −Esten atentos, que dentro de un rato pasaré con el avión……. Y era cierto, más tarde se oía el motor de un avión y alguien exclamaba: −¡¡¡Es Mingo, ……es Mingo!!!…− Ruidosamente salíamos al patio y al observar el cielo veíamos distante al avión anunciado que volaba en círculos, mientras Mingo se comunicaba con nosotros agitando una toalla, a través de la ventanilla.
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Desde la izquierda: "Paco" Corzo, Josecito Juiz, su novia María Edith,
Eduardo Lausse, mi padre y Tino Porzio. |
Paco fue un excelente y calificado sastre y laboraba en la sastrería de nuestro común primo, Josecito Juiz, y Mingo un gran aventurero, sumamente inteligente, que además de pilotar aviones, lanchas y autos de carreras, fue paracaidista, mecánico, ingeniero sin diploma, inventor, diseñador y hasta funcionario de policía.
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Mingo con su uniforme de piloto |
Murió joven, en una cama, del Hospital Borda, de meningitis, lejos de los riesgos en que se jugó tantas veces la vida. Paco también murió prematuramente, de un cáncer que no le dio tregua.
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El tío Aladino en su época de gigoló |
El tío Aladino, al que recuerdo gratamente por su amable y cariñoso carácter. El tío tenía fama de no ser un entusiasta del trabajo. Sin embargo esa conducta a mi tía no le importaba. Si oía alguna crítica, la ignoraba y si alguien se lo decía en su cara, con toda tranquilidad, amabilidad y aplomo le contestaba que ella amaba a su esposo y lo aceptaba tal como era. Esa era otra innegable virtud de la tía.
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Mi madre, (1ra. de la izq). a los veinte años... |
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